viernes, 16 de diciembre de 2011

LA FIGURA DEL GAUCHO EN LA LITERATURA ARGENTINA


 Introducción

Según la definición del diccionario, el gaucho “era el jinete de las pampas de América del Sur, que se dedicaba especialmente al trabajo ganadero; era de origen mestizo entre indio y español”. Esta figura hace su aparición en el siglo XVIII y abarca  hasta mediado del siglo XIX; fue un habitante semi-nómade y bastante autónomo.  En el presente trabajo pretendo abordar la temática de la figura del gaucho en la literatura argentina; para ello trabajaré con dos autores: Domingo F Sarmiento y José Hernández con el objeto de enfrentar las opiniones de estos hombres y así reflejar la dicotomía “civilización y barbarie”.  

  Contexto histórico en que se escribe Facundo

  “Domingo F. Sarmiento escribió Facundo en 1845, durante su segundo exilio en Chile, como un ataque contra Juan M. de Rosas, gobernador de Buenos Aires en aquella época. El libro de Sarmiento es una crítica y un síntoma de los conflictos culturales de Argentina abiertos a partir de la Independencia. En 1810, la Argentina había comenzado el proceso de independencia de España, pero tres décadas después, Sarmiento protestaba por el atraso en que aún permanecían las instituciones y la organización económica del país.

Contexto en que se escribe Martín Fierro

“Una vez derrocado Rosas en el año 1852 por el liberalismo, y luego del breve interregno del presidente Urquiza, el dominio de Buenos Aires sobre el resto de la confederación se acentúa. Argentina se encuentra totalmente regida por el liberalismo e Inglaterra ve con buenos ojos la riqueza de su suelo. Mitre sube al poder, luego viene Sarmiento y a este lo sucede Avellaneda. Durante estos tres mandatos que abarcan dieciocho años suceden cosas que harán cambiar la historia americana. Fundamentalmente la guerra de Brasil, Uruguay y Argentina, que inspirados por Gran Bretaña, destrozaron totalmente a Paraguay. En el ámbito económico las manufactureras del interior habían sido aniquiladas por los productos industriales que entraban por el puerto. Resultó de ello que las provincias se convirtieron en una exclusiva fuente de productos primarios.
En este contexto, y ante la necesidad de proporcionarle a la creciente nación más tierras, es que se plantea el exterminio del indio que dominaba toda la zona sur del país. La realidad del gaucho tiene, pues, dos facetas: su trabajo como peón de campo al mando de un terrateniente que ya no era, como antes, su caudillo, y su situación como soldado defensor de la frontera contra el indio en donde sufría mas en carne viva su situación de marginado.”[2]

  Comparación de la figura del gaucho en la obra Facundo de Sarmiento y Martín Fierro de Hernández

Para comenzar debo decir que civilización y barbarie aparecen como términos tan contrapuestos, que muchas veces parecieran ser difíciles de separar y es que en realidad ninguno de estos términos puede ser comprendido sin el otro.
“La primera vez que se habló de civilización fue en el siglo XVIII, en el marco conceptual de la teoría del progreso. Los ilustrados comenzaron a contraponer civilización y barbarie, para ellos la evolución social consistía en una constante elevación de los niveles morales y materiales de vida, gracias fundamentalmente al avance del saber. El salvajismo, o en general el atraso y los pueblos primitivos, representaban la barbarie.”[3]
La historia demuestra que a lo largo de ella se han tomado diferentes posturas respecto de este tema y, por supuesto, se han plasmado también en la literatura. Cuando Domingo F Sarmiento escribe su obra Facundo en 1845, Buenos Aires se encuentra en una etapa próspera, pero los caudillos habían desplazado al gobierno unitario y con ello al proyecto político modernizador y europeizante que instalara Rivadavia, de este modo los caudillos se convirtieron en un gran obstáculo para el progreso. Para Sarmiento como para muchos pensadores de su época, la civilización se identificaba con la ciudad, lo urbano, lo que estaba en contacto con lo europeo, o sea, lo que para ellos era el progreso. La barbarie, por el contrario, era el campo, lo rural, el atraso, el indio y el gaucho.
En el momento en que Sarmiento escribe su obra, desde el exilio, el país se encontraba en una etapa en la que se buscaba el progreso, y para ello, el gaucho y también el indio, eran grandes impedimentos. El gaucho se encontraba signado por dos razas: la española y la indígena las cuales para este autor se distinguían “por su amor a la ociosidad e incapacidad industrial”[4], el gaucho para Sarmiento era una figura sin ambiciones que vivía con lo poco que tenía  “es feliz en su pobreza y privaciones…”[5]. Está claro que la intención de Sarmiento era la de  protestar contra el gobierno de Rosas, que lo había llevado al exilio; la ideología del autor está plasmada a lo largo de toda la obra. Pero más allá de las intenciones políticas, también hizo un gran aporte cultural en el sentido que brindó un panorama acerca de la vida rural e hizo una distinción de los gauchos entre las cuales mencionaba al rastreador, al baquiano, el gaucho malo y el cantor.[6]
Es así que, en referencia a esta clasificación del gaucho que describe Sarmiento en su obra, se podría caracterizar a Martín Fierro dentro de dos de ellas; el Gaucho Malo y el Cantor. Si bien Fierro no cumple con todos los requisitos de cada una de estas figuras, si tiene algo de las dos; por un lado tiene del gaucho malo el ser perseguido por la justicia, este gaucho no era un bandido y tampoco estaba en sus planes quitar la vida. Del cantor tenía la costumbre de ir de un lugar a otro cantando la historia de otros o la suya propia, algo que hacía Fierro siempre que se le presentaba la ocasión. Es importante destacar que Fierro no siempre estuvo fuera de la ley, tenía su hogar, su familia y trabajaba como peón en una estancia, pero la justicia lo va a perseguir por no haber cumplido con sus obligaciones al no presentarse a votar. Esto va a desencadenar que Fierro se convierta en “un gaucho malo” ya que será obligado a unirse a las filas del ejército y tras pasar allí más tiempo del previsto, entre muchas necesidades y miseria, va a tomar la decisión de desertar. Regresará a su hogar pero ya no encontrará nada, ni siquiera a su familia de la cual desconocerá el paradero; a partir de allí se volverá un gaucho malo o matrero “yo he sido manso, primero/y seré gaucho matrero/en mi triste circunstancia/aunque es mi mal tan projundo/nací y me he criao en estancia/pero ya conozco el mundo”[7]
Es importante destacar que la figura del gaucho ha sido caracterizada en la literatura por ciertas cualidades, como por ejemplo la fuerza física, la destreza en el manejo del caballo, y el valor. Se dedicaba, entre otras cosas, a los juegos de equitación. El gaucho andaba armado de cuchillo o facón, herencia de los españoles. Este era un instrumento que le servía para todas las ocupaciones; no podía vivir sin él. Jugaba a las puñaladas, desenvainaba el cuchillo y marcaba a su contrincante, sin matarlo. La riña se trababa por reputación. No tenía intención, en principio, de matar sino que Matar era una “desgracia”.  Precisamente Hernández refleja claramente esto en su obra, cuando Fierro mata al moreno, a pesar de que su intención inicial no era esa, pero las circunstancias y el alcohol lo llevan a quitarle la vida.
Sin embargo es importante decir que lo que mueve a Hernández a escribir Martín Fierro tiene que ver, entre otras cosas, con su experiencia de vida, ya que vivió junto a su padre que era empleado en los establecimientos ganaderos de Rosas y es allí donde tiene su primer contacto con los modos de vida paisanos, y los observa con una simpatía que durará toda su vida. En una carta que él le escribe a su amigo José Zoilo Miguens le dice: “Me he esforzado, sin presumir haberlo conseguido, en presentar un tipo que personificara nuestros gauchos, concentrando el modo de ser, de sentir, de pensar y de expresarse que les es peculiar; dotándolo con todos los juegos de su imaginación llena de imágenes y de colorido, con todos los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen, y con todos los impulsos y los arrebatos, hijos de una naturaleza que la educación no ha pulido y suavizado”[8]. A lo largo de su obra, Hernández deja entrever sus ideas políticas y al respecto, muchos dicen que en la primera edición lo que más interesaba a Hernández, eran los aspectos fácticos, de denuncia. La Ida es un poema de evidente protesta social, con un revolucionario contenido de denuncia, que incita a la rebelión, a la negatividad frente a un orden social monstruosamente injusto.  Todo ello y el éxito de la primera parte llevan al escritor a realizar una segunda parte y en ella debía reintroducir al personaje en el mundo social. De otra manera, Fierro se hubiera convertido en uno de los tantos valentones o gauchos perseguidos de los folletines.

Volviendo a la imagen negativa que Sarmiento tenía de los gauchos, se puede decir que no era una concepción determinista ya que él pensaba que “…es desconocer mucho la naturaleza humana creer que los pueblos se vuelven criminales y, que los hombres extraviados que asesinan, cuando hay un tirano que los impulse a ello, son, en el fondo malvados. Todo depende de las preocupaciones que dominan en ciertos momentos, y el hombre que hoy se ceba en sangre, por fanatismo, era ayer un devoto inocente, y será mañana un buen ciudadano, desde que desaparezca la excitación que lo indujo al crimen…”[9]. Con ello en cierto modo, Sarmiento reconocía la condición desdichada del gaucho pero no por ello justificaba su modo de vida. Este autor planteaba una posibilidad de mejorar la realidad del gaucho a partir de un régimen civilizador que supuestamente reemplazaría a Rosas y, para lograr esto, Sarmiento le pedía al gaucho que dejara de ser lo que era, un bárbaro, para convertirse en otra cosa, un hombre civilizado. En esto precisamente, se puede decir que hay un paralelismo con la vuelta de Martín Fierro cuando este aconseja a sus hijos para que no fueran  como él había sido: “debe trabajar el hombre/ para ganarse su pan/ pues la miseria, en su afán/de perseguir de mil modos/llama a la puerta de todos/y entra en la del haragán”[10]
Y más adelante también les dice: “El hombre no mate al hombre/ni pelee por fantasía/tiene en la desgracia mía/un espejo en que mirarse/saber el hombre guardarse/ es la gran sabiduría”[11]
Precisamente la segunda parte del libro es escrita por Hernández con intenciones educadoras o moralizantes para aquella clase olvidada. Coincide con Sarmiento en que hay que educar al gaucho, pero no con la metodología que aquel proponía “al gauchaje hay que enseñarle con métodos gauchos, no con sistemas importados de Estados Unidos…al gaucho – decía Hernández- no hay que eliminarlo, hay que educarlo”. Tal vez con esta segunda parte, el autor buscaba preparar a los paisanos para los cambios que habrían de enfrentar en su estilo de vida y en su condición de gauchos.

 Conclusión

Para finalizar es interesante decir que en el concepto de Nación que se tenía en la época en que Sarmiento escribe Facundo o más adelante, cuando Hernández escribe Martín Fierro; no había lugar para gauchos e indios, se los dejaba fuera no solo del sistema cultural sino también del político. Eran estas élites liberales que dirigían al país quienes decidían qué formaba parte y qué no de lo que ellos denominaban “Nación” y es así que tanto el gaucho como el indio pasaron  a ser exiliados en su propia tierra. En esta nueva Nación que se estaba construyendo al mejor estilo europeo, en el afán de expandir las ciudades; el territorio fronterizo, la llanura que se extendía fuera de las ciudades, representaban el atraso y la barbarie que se debía eliminar. Así estas dos figuras (gaucho e indio) debían adaptarse al progreso o desaparecer.


 por: Paola Quiroga


[1] Cita extraída de Wikipedia
[2] Cita extraída de http://elranchodefierro.posterous.com/
[3]Junco Álvarez, José (2006) artículo disponible en: http://www.webislam.com/
[4] Sarmiento, Domingo F (2005) Facundo, Centro Editor de Cultura.
[5] Ídem(4)
[6] Capítulo II de Facundo
[7]Verso 1100 ( capítulo VI) “La Ida”
[8] Cita extraída de http://www.coopvgg.com.ar ( esta carta dirigida a Zoilo Miguens se encontraba en la edición del año 73)
[9] Sarmiento, Domingo F (2005) Facundo, Centro Editor de Cultura.
[10] Verso 4655 (capítulo XXXII) “La Vuelta”
[11] Verso 4735 (capítulo XXXII) “La Vuelta”

aca posteamos un par de los trabajos prometidos!!

El dios Zeus conoció a Europa, que era la hija del rey de Fenicia, cuando jugaban con una amiga en la orilla del mar. Zeus quedó perdidamente enamorado de ella, por lo tanto, él que tenía poderes; se transformó en un toro para poder acercarse a las muchachas; las cuales empezaron a acariciar al toro.
Europa se subió al lomo del toro que se elevó por los aires, se dirigió hacia el mar y la raptó.
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Fue un día en que la chimenea estaba encendida y el hombre se sentó en su sillón favorito, tomó un libro y comenzó a leer la historia mientras la chimenea chispeaba.Esta historia tenía dos amantes como protagonistas, los cuales se encuentran una tarde en el bosque para planear librarse del esposo de ella matándolo. De repente el amante entra con un hacha y sorprende al hombre, cuando este se da vuelta y lo ve, ya es tarde y termina asesinado. Al ver esto, ella sale corriendo arrepentida.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Hola este es un mensaje para los jovenes del CENS "Ramón Gaviola" 

Lamentamos un montón el retraso en postear las creaciones que nos han llenado de orgullo y muchas ganas de seguir adelante con nuestra carrera docente. Les prometo que en la brevedad posible estaremos haciendo honor a la maravillosa predisposición que han tenido con nosotras, publicando en nuestro humilde espacio, los cuentos que tan amablemente han producido. MUCHAS GRACIAS!!! por la generosa colaboración y como lo prometido es deuda espero que no pase de esta semana que logremos publicar los cuentos. nuevamente muchas gracias por todo  

                              Pitonisa 

lunes, 22 de agosto de 2011


                    EL CUERVO
                                 (De Edgar Allan Poe)
       De una media noche al filo, yendo débil, intranquilo,
       sobre infolios olvidados de leyenda popular,
       de repente, adormilado, sentí así como un llamado,
       como de alguien que, porfiado, repicase en mi portal.
       Es, me dije, un visitante que a mi alcoba quiere entrar.
                    Eso es todo, y nada más.
       Ah, recuerdo vivamente, fue un Diciembre deprimente.
       Cada brasa dehiscente se arrastraba fantasmal.
       Yo anhelaba el nuevo día me trajese la alegría
       que buscado en vano había por los libros, sin cesar
       mi tristeza por Leonora, que el Señor mandó a llamar,
                    ya sin nombre aquí, jamás!
       Y la incierta, purpurina vibración de la cortina
       me llenaba de terrores que jamás llegué a albergar.
       Mis latidos conteniendo, me detuve, repitiendo:
       Es sólo alguien que, insistiendo, por mi puerta quiere entrar.
       Un tardío visitante que a mi alcoba quiere entrar.
                    Eso es todo y nada más.
       Con el ánimo más fuerte, sin pensar ya de otra suerte,
       "Caballero, o dama" dije, "vos me habréis de perdonar;
       pero el hecho es que dormía y llamásteis, a fe mía,
       con tan suave cortesía que no puedo asegurar
       si escuché vuestras llamadas". Abro aquí de par en par:
                    Todo oscuro y nada más!
       Frente al cerco tenebroso quedé absorto allí, miedoso,
       figurando dudas, sueños que no osó ningún mortal.
       Y, el silencio sin quebrarse, la quietud sin inmutarse,
       sólo allí pudo escucharse "Lëonora", un murmurar
       de mis labios y "Leonora!" volvió el eco a reflejar.
                    Sólo el eco y nada más.
       Vuelto hasta mi alcoba luego, mi alma en mí como entre fuego,
       pronto oí un golpear de nuevo, más sonoro y más audaz.
       "Debe haber algo turbado mi ventana o mi enrejado"
       -dije entonces- "con cuidado voy la duda a disipar.
       Voy, calmado ya mi pecho, tal misterio a descifrar.
                    Será el viento y nada más!"
       Abro aquí la celosía cuando, en gran algarabía,
       se entra un Cuervo a mi aposento, Cuervo antiguo y espectral.
       Sin respeto ni obediencia posa su hórrida presencia
       con humana reticencia justo encima de mi umbral,
       sobre el busto de Atenea que decora mi portal,
                    ahí posado y nada más.
       Ante el ébano de esta ave se sonrió mi cara grave,
       de mirar su compostura, su estirada seriedad.
       "Por las plumas de tu cresta", dije al fin, "ave funesta,
       fantasmal  ave que infesta desde el antro nocturnal,
       díme, te han dado algún nombre por el ámbito infernal?"
                    Dijo el Cuervo : "Nunca más".
       La respuesta tan sencilla me cayó de maravilla
       aun diciéndome: "Bien poco que querrá significar!".
       Pues se sabe fácilmente que muy raro ser viviente
       visto habrá un ave, pendiente justo encima de su umbral,
       bestia o ave, sobre el busto que decora su portal
                    con tal nombre : "Nunca más".
       Mas el Cuervo, allí posado sobre el busto, sólo ha hablado
       dos palabras, cual si en ellas fuera su alma a derramar,
       sin hablar otro lenguaje ni moverse su plumaje.
       "Otros se han ido de viaje", dije luego, "así el se irá
       como otrora mi Esperanza me ha sabido abandonar.
                    Dijo el Cuervo : "Nunca más".
       Sorprendido al oír una réplica tan oportuna
       "Sin embargo", dije, "es éste sólo un vano repicar
       que algún amo le ha enseñado, algún amo que, acosado
       por desastre despiadado se quedara en su cantar
       con el requiem melancólico de su gran desesperar,
                    con el "nunca, nunca más" ?"
       Mi semblante duro, acerbo, rió de nuevo ante ese Cuervo.
       Frente a él corrí un asiento, frente al busto y el umbral.
       Reclinado en el asiento dediqué mi pensamiento
       a ver, con detenimiento, por qué un pájaro ancestral
       como esta ave cruel, siniestra y ominosa y espectral
                    graznó tánto "Nunca más!".
       Quedé un rato meditando, ni una sílaba expresando
       frente al ave, cuyos ojos me quemaban sin cesar.
       Mucho más pensé en desvelo, mi cabeza en el consuelo
       del morado terciopelo que la luz hacía brillar,
       terciopelo opalescente que Ella ya no oprimirá
                    con sus manos, nunca más!
       Luego el aire se hizo denso, cual si perfumado incienso
       melodiosos serafines me viniesen a ofrendar.
       "Dios" -grité- "te ha destinado. Por los ángeles, te ha enviado
       con un néctar anhelado con que olvide mi añorar
       de Leonora y que, al beberlo, se disipe mi pesar".
                    Dijo el Cuervo : "Nunca más!".
       "Agorera ave de Averno" -le grité- "sea que el Infierno
       te haya enviado, o que provengas de la oscura tempestad,
       yerma imagen desolada de la tierra aquí encantada,
       del horror de mi morada, díme, díme, por piedad,
       habrá paz en Otro Mundo? Díme, díme, por piedad!"
                    Dijo el Cuervo : "Nunca más!"
       "Agorera ave de Averno", repetíle, "ave de Infierno!
        Por el Dios y por el Cielo que debemos adorar,
        díle a mi alma adolorida si en la tierra prometida
        mi Leonora está acogida como santa, si el cantar
        de los ángeles 'Leonora!' ya repite sin cesar".
                    Dijo el Cuervo : Nunca más.
       "Tal hablar tu adiós se entiende" -lo reté- "pájaro o duende!
        Vuelve pronto a las tormentas de tu infierno nocturnal!
        Ni un plumón haya quedado del engaño que has forjado!
        Nó te quedes ahí posado! Véte de mi soledad!
       Quita el pico de mi entraña, tu figura de mi umbral!"
                    Dijo el Cuervo : "Nunca más!"
       Y este Cuervo no aspavienta y aún se asienta y aún se asienta
       sobre el busto de Atenea que decora mi portal!
       Y sus ojos, imitando los de un diablo, están soñando!
       Y la luz, sobre él brillando, su silueta hace notar.
       Y mi alma, de esa sombra que en el suelo va a flotar,
                    ya no se alza, nunca más!
                                 (Traducción de Efraim Otero Ruiz)
     

sábado, 18 de junio de 2011

"El corazón delator"

Acá dejamos una animación muy interesante de uno de los  cuentos  del genial Edgar A. Poe
Esperamos que la disfruten!!


Biografía deEdgar Allan Poe


Nació en Boston, el 19 de enero de 1809. Fue llamado Edgar, por sus padres, los actores, David Poe y Elizabeth Arnold. Su madre falleció de tuberculosis,
antes de que cumpliera la edad de tres años, y abandonado por su padre, fue adoptado por John y Frances Allan, quienes lo bautizaron como Edgar Allan Poe.
Estudió en Inglaterra, en el Manor House School, entre 1815 y 1820, fecha en que regresó a Estados Unidos, para comenzar su actividad literaria. Se incorporó a la academia militar de West Point para luego desempeñarse como editor.
En 1824 escribió un poema de dos líneas, considerado su más temprana producción, que no fue publicado hasta después de su muerte.
En 1827 se distanció de su padre adoptivo por causas económicas, ya que éste se negó a pagar sus deudas, ocasionadas por una vida de juegos y alcohol, abandonando los estudios, y publicando en Boston “Tamerlán y otros poemas”, bajo el seudónimo “El bostoniano”. En 1829, publicó en Baltimore, su segundo libro “Al Araaf, Tamerlán y otros pequeños poemas”.
En 1833, es galardonado con el premio de la revista Saturday Visiter de Baltimore, por su cuento “Manuscrito hallado en una botella”.
Contrajo enlace en 1836, con una niña de apenas trece años, prima suya, Virginia Clemm, con quien se instaló en Filadelfia. Virginia fallece de tuberculosis en 1847, y el autor canalizó su angustia en el alcohol lo que lo condujo a la locura.
Ya había escrito, en 1838, “Narración de Arthur Gordon Pym”, en 1840 “Cuentos de grotesco y arabesco” y sus dos obras maestras: “El escarabajo de oro” en 1843, consagrado con el primer premio en el concurso del Dollar Newspaper de Filadelfia, y “El cuervo” en 1845.
Luego de la muerte de su esposa, publica “Eureka, un poema en prosa, en 1848.
Conocido como el primer maestro del relato corto, y renovador de la novela gótica, como cuentista, se destacó por sus relatos fantásticos como “La caída de la Casa Usher”, “El corazón delator”, “El gato negro” y “William Wilson” y por sus temas de contenido detectivescos como “Los crímenes de la calle Morgue”, “el misterio de Marie Roget” y “la carta robada”.
Murió en un hospital de Baltimore, el 7 de octubre de 1849, cuando había decidido volver a casarse con el amor de su juventud, Sarah Elvira Shelton.
Libros: