lunes, 22 de agosto de 2011


                    EL CUERVO
                                 (De Edgar Allan Poe)
       De una media noche al filo, yendo débil, intranquilo,
       sobre infolios olvidados de leyenda popular,
       de repente, adormilado, sentí así como un llamado,
       como de alguien que, porfiado, repicase en mi portal.
       Es, me dije, un visitante que a mi alcoba quiere entrar.
                    Eso es todo, y nada más.
       Ah, recuerdo vivamente, fue un Diciembre deprimente.
       Cada brasa dehiscente se arrastraba fantasmal.
       Yo anhelaba el nuevo día me trajese la alegría
       que buscado en vano había por los libros, sin cesar
       mi tristeza por Leonora, que el Señor mandó a llamar,
                    ya sin nombre aquí, jamás!
       Y la incierta, purpurina vibración de la cortina
       me llenaba de terrores que jamás llegué a albergar.
       Mis latidos conteniendo, me detuve, repitiendo:
       Es sólo alguien que, insistiendo, por mi puerta quiere entrar.
       Un tardío visitante que a mi alcoba quiere entrar.
                    Eso es todo y nada más.
       Con el ánimo más fuerte, sin pensar ya de otra suerte,
       "Caballero, o dama" dije, "vos me habréis de perdonar;
       pero el hecho es que dormía y llamásteis, a fe mía,
       con tan suave cortesía que no puedo asegurar
       si escuché vuestras llamadas". Abro aquí de par en par:
                    Todo oscuro y nada más!
       Frente al cerco tenebroso quedé absorto allí, miedoso,
       figurando dudas, sueños que no osó ningún mortal.
       Y, el silencio sin quebrarse, la quietud sin inmutarse,
       sólo allí pudo escucharse "Lëonora", un murmurar
       de mis labios y "Leonora!" volvió el eco a reflejar.
                    Sólo el eco y nada más.
       Vuelto hasta mi alcoba luego, mi alma en mí como entre fuego,
       pronto oí un golpear de nuevo, más sonoro y más audaz.
       "Debe haber algo turbado mi ventana o mi enrejado"
       -dije entonces- "con cuidado voy la duda a disipar.
       Voy, calmado ya mi pecho, tal misterio a descifrar.
                    Será el viento y nada más!"
       Abro aquí la celosía cuando, en gran algarabía,
       se entra un Cuervo a mi aposento, Cuervo antiguo y espectral.
       Sin respeto ni obediencia posa su hórrida presencia
       con humana reticencia justo encima de mi umbral,
       sobre el busto de Atenea que decora mi portal,
                    ahí posado y nada más.
       Ante el ébano de esta ave se sonrió mi cara grave,
       de mirar su compostura, su estirada seriedad.
       "Por las plumas de tu cresta", dije al fin, "ave funesta,
       fantasmal  ave que infesta desde el antro nocturnal,
       díme, te han dado algún nombre por el ámbito infernal?"
                    Dijo el Cuervo : "Nunca más".
       La respuesta tan sencilla me cayó de maravilla
       aun diciéndome: "Bien poco que querrá significar!".
       Pues se sabe fácilmente que muy raro ser viviente
       visto habrá un ave, pendiente justo encima de su umbral,
       bestia o ave, sobre el busto que decora su portal
                    con tal nombre : "Nunca más".
       Mas el Cuervo, allí posado sobre el busto, sólo ha hablado
       dos palabras, cual si en ellas fuera su alma a derramar,
       sin hablar otro lenguaje ni moverse su plumaje.
       "Otros se han ido de viaje", dije luego, "así el se irá
       como otrora mi Esperanza me ha sabido abandonar.
                    Dijo el Cuervo : "Nunca más".
       Sorprendido al oír una réplica tan oportuna
       "Sin embargo", dije, "es éste sólo un vano repicar
       que algún amo le ha enseñado, algún amo que, acosado
       por desastre despiadado se quedara en su cantar
       con el requiem melancólico de su gran desesperar,
                    con el "nunca, nunca más" ?"
       Mi semblante duro, acerbo, rió de nuevo ante ese Cuervo.
       Frente a él corrí un asiento, frente al busto y el umbral.
       Reclinado en el asiento dediqué mi pensamiento
       a ver, con detenimiento, por qué un pájaro ancestral
       como esta ave cruel, siniestra y ominosa y espectral
                    graznó tánto "Nunca más!".
       Quedé un rato meditando, ni una sílaba expresando
       frente al ave, cuyos ojos me quemaban sin cesar.
       Mucho más pensé en desvelo, mi cabeza en el consuelo
       del morado terciopelo que la luz hacía brillar,
       terciopelo opalescente que Ella ya no oprimirá
                    con sus manos, nunca más!
       Luego el aire se hizo denso, cual si perfumado incienso
       melodiosos serafines me viniesen a ofrendar.
       "Dios" -grité- "te ha destinado. Por los ángeles, te ha enviado
       con un néctar anhelado con que olvide mi añorar
       de Leonora y que, al beberlo, se disipe mi pesar".
                    Dijo el Cuervo : "Nunca más!".
       "Agorera ave de Averno" -le grité- "sea que el Infierno
       te haya enviado, o que provengas de la oscura tempestad,
       yerma imagen desolada de la tierra aquí encantada,
       del horror de mi morada, díme, díme, por piedad,
       habrá paz en Otro Mundo? Díme, díme, por piedad!"
                    Dijo el Cuervo : "Nunca más!"
       "Agorera ave de Averno", repetíle, "ave de Infierno!
        Por el Dios y por el Cielo que debemos adorar,
        díle a mi alma adolorida si en la tierra prometida
        mi Leonora está acogida como santa, si el cantar
        de los ángeles 'Leonora!' ya repite sin cesar".
                    Dijo el Cuervo : Nunca más.
       "Tal hablar tu adiós se entiende" -lo reté- "pájaro o duende!
        Vuelve pronto a las tormentas de tu infierno nocturnal!
        Ni un plumón haya quedado del engaño que has forjado!
        Nó te quedes ahí posado! Véte de mi soledad!
       Quita el pico de mi entraña, tu figura de mi umbral!"
                    Dijo el Cuervo : "Nunca más!"
       Y este Cuervo no aspavienta y aún se asienta y aún se asienta
       sobre el busto de Atenea que decora mi portal!
       Y sus ojos, imitando los de un diablo, están soñando!
       Y la luz, sobre él brillando, su silueta hace notar.
       Y mi alma, de esa sombra que en el suelo va a flotar,
                    ya no se alza, nunca más!
                                 (Traducción de Efraim Otero Ruiz)